Ir al cine, ir de compras.

Las plazas comerciales y los complejos cinematográficos llevaron a cabo un amasiato de conveniencia mutua. Sin importar que el espectador de cine se quede relegado en este amorío. Los complejos de cine están estratégicamente colocados al final de los centros comerciales para tener que atravesar frente a todas las tiendas antes de llegar a ver una película.

Las tarjetas de crédito difícilmente se resisten a ese paseillo entre escaparates y para muchas personas está resultando más caro ese viaje al cine de lo que pensaba.

La experiencia de ir al cine por el cine se está perdiendo o de plano ya se perdió en nuestro país. Esa experiencia ya se redujo a pocos lugares y a ciertos cinéfilos que buscan el cine en sí. El ritual de ir al cine se transformó en la inercia de caminar entre tiendas y centros comerciales.

Los fondos de inversión en bienes raíces en México, las llamadas FIBRAS (como se conocen en la jerga de inversionistas) se pusieron de moda en los últimos años y han resultado rentables en gran medida por el boom de plazas comerciales en las manchas urbanas del país.

No por nada hay cada vez más plazas comerciales. Hay plazas frente a otras plazas y plazas dentro de plazas. Y todas funcionan.

El ritual del consumo compulsivo sigue siendo atractivo para muchas personas y sigue siendo rentable por su afluencia masiva. Incluso hay un alto índice de boletos de cine vendidos con cargos a tarjeta de crédito, el uso indiscriminado de las tarjetas (deuda) para consumos inmediatos, exactamente como nos dicen que no las usemos. He ahí la clase media suicida.

Puede parecer nostálgico, pero el ritual de ir al cine por el cine se ha perdido prácticamente. Una experiencia del siglo XX que se ha diluido por la exageración del consumo. Y que parece un dato antropológico más. Los viejos cines grandes, con su taquilla a pie de calle, son sólo un recuerdo que fue parte de un ritual que implicaba aspectos muy íntimos de las familias o de las parejas.

El edificio de cine ya es un dato histórico, que va siendo rebasado por la saturación y la sobre-oferta de películas y plataformas para verlas. Parece que la idea de ir al cine no es la misma hoy en día que antes, y que simplemente se cumple con el requisito de ver una película más, la del momento y de la que todos hablan.

No es que la nostalgia de viejo invada esta reflexión, si no evidenciar lo frío que se ha vuelto ir a ver una película en pantalla grande en un mall. Sin ahondar en la impaciencia de estar en una sala oscura y de no poder pasar ni diez minutos sin revisar el smartphone. Además de cruzar tiendas y tiendas que parecen el mismo escaparate. Los centros comerciales abruman a unos y hacen felices a otros, cada quién colocará sus placeres donde sus espacios emocionales lo permitan.

Y a pesar de eso o gracias a eso, México logra varios records mundiales en asistencia al cine en años recientes, con complejos con más boletos vendidos durante el año. Como Cinépolis Perisur o Cinépolis Universidad que tienen el record, en los años recientes, de ser los complejos con más boletos vendidos en el mundo por encima de salas de ciudades como Bombay o Shangai.

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