El martes 17 pasado terminó la cuarta ronda de negociaciones del TLCAN, y fueron de tal manera agresivas las posiciones de los negociadores estadounidenses que ahora de modo obligado tenemos que reflexionar sobre lo que significaría un desacuerdo irresoluble entre las partes que haga inevitable la ruptura del tratado por parte de Estados Unidos. Entendiendo que una ruptura de las negociaciones podría ser mucho más grave de lo que algunos suponen.
Para empezar la posición de México como país no podía ser más complicada para actuar en el escenario internacional con la fuerza debida para obtener lo que el país requiere en términos comerciales y financieros. Lo hemos dicho en entregas anteriores la debilidad interna se traduce en debilidad en el exterior.
México como país está inmerso en una crisis interna marcada por la violencia incontenible, la corrupción sin límites y la impunidad garantizada para los funcionarios corruptos y para la delincuencia organizada. Dentro de una trama de interconexión cada día más profunda entre los funcionarios de los tres niveles de gobierno y las organizaciones criminales. Incluso podemos hablar de que se trata de una trama o red de redes de lo que podríamos definir como capitalismo delincuencial.
De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en septiembre se produjeron dos mil 184 homicidios dolosos en todo el país, una cifra superior a la de agosto y a la de julio, aunque ligeramente inferior a la de junio. Con estos datos van 18 mil 505 homicidios dolosos en todo el año, 23 por ciento más que en 2016 y 6.0 por ciento más que en 2011, el año más sangriento en lo que va de la narco guerra. Si proyectamos estos datos para este año en su totalidad, llegaremos probablemente a unos 25 mil homicidios dolosos; es decir, más o menos 23 por cada 100 mil habitantes.
De tal suerte que México se encuentra en el peor de los escenarios posibles si observamos que nuestro país se ve atrapado por la pinza conformada por un presidente estadounidense neofascista en el frente exterior, y en el frente interior tenemos el desarrollo del narcofascismo con sus cárteles y bandas de narcoterroristas en connivencia con un número escalofriante de autoridades de los tres niveles de gobierno. Y todo sucede como consecuencia de la práctica inexistencia de la legalidad como forma civilizada de vida. Al punto que debemos reconocer que expansión de la violencia en México ha llegado a niveles que permiten hablar de que somos uno de los epicentros de una crisis de civilización. Bajo una combinación inédita entre catástrofes naturales y catástrofes sociales.
Entonces tenemos que la renegociación del TLCAN se está dirimiendo en el marco de una crisis mexicana interna marcada por lo que hemos denominado guerra civil asimétrica que ya el presidente estadounidense denuncia como justificación para insistir en la culminación de la construcción del muro fronterizo. De ahí que se considere que las posiciones del gobierno federal mexicano ante las negociaciones que empezaron con el discurso de crear condiciones de un juego tripartita de ganar-ganar, eran ilusorias y al final está quedando claro que México está perdiendo la batalla comercial y financiera, entre otras cosas, por haber sostenido por lustros una política de salarios de hambre para mantener su competitividad dentro de la alianza comercial (TLCAN).
Al mismo tiempo en Estados Unidos están viviendo la crisis política generada por un presidente de un narcisismo sociopsicopático que ha destruido los equilibrios internos a niveles nunca vistos porque se ha dedicado a revivir las viejas taras del racismo y del clasismo sin el menor de los pudores. Aparte de haber roto los equilibrios internacionales al extremo que ya se plantean escenarios de guerra abierta con los enemigos declarados por Trump en Irán y en Corea del Norte. El de Trump es el gobierno de los multimillonarios que buscan pagar menos impuestos para ser todavía más millonarios. Se trata de los magnates del capital financiero que coinciden con Trump como exponente del supremacismo blanco, el cual da fundamento ideológico a la búsqueda de la recuperación de la hegemonía imperial a nivel mundial, para garantizar que las condiciones de acumulación y concentración del capital los hagan todavía más ricos.
Y dentro de este remolino infernal la posición de Canadá también resulta endeble. Justin Trudeau es un seductor que antes que verse entre la espada y la pared va a preferir en aras de los intereses nacionales de Canadá asociarse con la locura de Trump y sacrificar a los mexicanos. Trudeau vino a México supuestamente a refrendar la amistad de Canadá con nuestro país, pero antes estuvo con Trump para reiterarle que en última instancia sería a los mexicanos a los que hay que sacrificar, justamente, por la debilidad institucional de México y su deficiencias tanto en el desarrollo de su democracia como en el combate contra la pobreza y la desigualdad.
Incluso cabe pensar que el supremacismo de Trump supone que, en lugar del TLCAN en su asimetría, sería preferible restablecer la alianza entre Estados Unidos, Gran Bretaña y Canadá, aprovechando el Brexit y la debilidad de México por la violencia y la inseguridad incontenibles. Más allá, Trump quiere desestructurar todas las alianzas que surgieron en la posguerra fría para la reafirmación del anacrónico precepto de “América primero”. Resulta cada día más evidente la ofensiva de Trump para aprovechar la crisis de la Unión Europea por la salida de la Gran Bretaña y la crisis española por el independentismo catalán. Trump no resiste la competencia y le tiene particular aversión a la señora Ángela Merkel. Aparte de que el estadounidense ve con suspicacia la alianza entre Francia y Alemania para reforzar la Unión Europea.
Por otro lado, es evidente que Trump quiere reventar el tratado si mexicanos y canadienses no se subordinan a los designios de su evidente demencia de una especie de Nerón que busca incendiar el mundo. Lo cual nos permite pensar que fuera del TLCAN la administración Trump buscará la manera de decidir unilateralmente la forma de crear obstáculos proteccionistas que pudieran lastimar de modo severo los intercambios comerciales, la transferencia de tecnología y el flujo de la inversión extranjera directa. Para México sería la ruptura de su pertenencia al bloque subcontinental del Norte de América y con ella la ruptura de su sueño reiterado de salir del marasmo del desarrollo imposible, antes reconocido como subdesarrollo.
No sabemos a ciencia cierta si Estados Unidos dejará el tratado. Tenemos especialistas que ven como certidumbre la desaparición del TLCAN porque Trump quiere cumplir con su promesa de campaña de que acabaría con “el peor tratado de la historia”; otros creen que existe un 50% de posibilidades de que Estados Unidos deje el tratado; y otros más argumentan que la desaparición tendrá que pasar por el Congreso estadounidense y ahí quizás podría atorarse la resolución. El caso es queTrump nos amenaza continuamente de que se saldrá del tratado de no aceptarse sus condiciones.
En la cuarta ronda de negociaciones que concluyó el martes de la semana pasada fueron sumando condiciones inadmisibles tanto para México como para Canadá: los gringos propusieron el aumento del contenido regional y nacional en la industria automotriz, el aumento de aranceles en textiles, la estacionalidad para el comercio de bienes agropecuarios, la vigencia quinquenal del tratado y la desaparición del mecanismo de solución de controversias.
Del lado canadiense, en esta ronda de negociaciones sólo hicieron planteamientos generales en torno a temas laborales (mejorar los salarios en los tres países como declaró el primer ministro Justin Trudeau en su visita a México) y ambientales, sin marcar objetivos específicos. Esto es, se mostraron en desacuerdo con las propuestas estadounidenses pero dejan sentir que su principal socio es y seguirá siendo Estados Unidos. Incluso podría pensarse que tampoco ven como totalmente desfavorable la desaparición del tratado y quizás prefieren dirimir sus relaciones con México y Estados Unidos en términos bilaterales, al igual que el propio Trump.
La posición de México sigue siendo ambigua: nuestros negociadores insisten en la importancia del tratado; argumentan que buscan su modernización; advierten sobre las consecuencias de no hacerlo, tales como el aumento de aranceles, la reducción de la inversión y su impacto en el crecimiento. Pero da la impresión de que México está en la peor de las situaciones imaginables: su mensaje de que es posible mejorar el tratado no pasa. No se aceptan las condiciones estadounidenses pero no se proponen salidas admisibles para las tres partes. Sin embargo, cada vez es mayor la insistencia de representantes del Ejecutivo federal, incluyendo al Presidente, de que el fin del tratado no será tan lamentable ni tan onerosa y que las relaciones comerciales entre los tres países se regularán con los lineamientos arancelarios de la OMC.
Habrá que decir que en Estados Unidos no son pocos los que están defendiendo que el tratado siga vigente. En una nota publicada el pasado viernes 20 en el Wall Street Journal, se informa que equipos legales expertos en comercio internacional se reúnen de manera informal para construir una estrategia defensiva del TLCAN. Los preparativos para desafiar a Trump se organizan en torno a la pregunta sobre cuánta autoridad tiene realmente el presidente para eliminar un acuerdo comercial vigente. En el Congreso, legisladores de ambos partidos, respaldados por empresas, se opondrían a una decisión unilateral de Trump. Según este diario las propuestas de la administración Trump para el TLCAN son calificadas por los abogados corporativos como “altamente peligrosas”. Los expertos legales ven dos vías principales para impugnar un retiro: desafiar la capacidad del mandatario de declarar inconstitucional un acuerdo comercial internacional; o desafiar su capacidad de revertir una ley aprobada por el Congreso, precisó ese diario. El grupo incluye a los abogados de la Cámara de Comercio de EU (USCC, por sus siglas en inglés), de la Coalición de Industrias de Servicios (CSI), del Consejo Nacional de Comercio Exterior (NTFC), de la Federación de Oficinas Agrícolas de EU (AFBF) y del Consejo Internacional de Negocios de EU (USCIB). Otro grupo que ha mostrado nerviosismo son los productores de granos del US Grains Council, que tienen en México su mercado más importante de maíz amarillo, con casi 14 millones de toneladas.
Es importante destacar que México ha sido el más beneficiado por el TLCAN de los tres países. Varias empresas, desde General Motors hasta Caterpillar, transfirieron su producción a nuestro país para aprovechar los salarios más bajos. Lo cual ayudó a México a estabilizar su economía tras la crisis de deuda de los ochenta. El país también es el que más tiene que perder si se termina el TLCAN. México perdería casi 1 millón de empleos de baja calificación. Por tanto no podemos hacernos ilusiones y pensar que el fin del Tratado no va a afectar al país. Además, construir una alternativa a partir de la diversificación comercial es deseable pero habría que plantearse por qué no fue posible hacerla antes.