Parece que el arte, o mejor dicho, los artistas y los negocios no se llevan muy bien. Suena más a mito que a realidad. Y hay muchos ejemplos de lo contrario. Por ejemplo, el pintor inglés de origen alemán Lucian Freud (nieto de Sigmund) vendió en 2008 una pintura por 30 millones de dólares, siendo un récord de venta en ese momento para un artista vivo.
Aunque como artista o científico estés absorto en tu obra o en tu investigación, existen muchos ejemplos de buenos empresarios o negociadores en las artes y en las ciencias. Shakespeare es uno de ellos. A Shakespeare se le ha estudiado hasta su personalidad y algunos han concluido que nunca existió, más allá del mito o si era uno o muchos o sólo una firma, realmente compaginó su vida creadora con los negocios. Y se le ha estudiado y analizado mucho desde ese punto de vista, los negocios.
Eruditos, investigadores, filólogos han desentrañado de la propia obra de Shakespeare algunos postulados en cuanto a los negocios. No es para menos, era el dueño de una compañía de teatro con un terreno que arrendar. Esto lo motivó a inventar formas de generar ingresos. Tenía que hacer rentable su teatro para pagar a sus actores y al dueño del terreno. Se puso a competir con otros espectáculos salvajes como peleas de osos, peleas de perros, burdeles, saltimbanquis, entre otros curiosos espectáculos. Por eso creó nuevos argumentos e incluso nuevas palabras para hacer atractivo su lugar frente a la oferta del momento.
Algunas de las recomendaciones que han desentrañado en palabras del propio Shakespeare dentro de su obra son: “Si quieres ganar y que tus palabras nunca se pongan en duda, ten la última palabra”, o, “La mejor forma de convencer, de iniciar y cerrar una negociación es a través del dominio del discurso” o “Jamás te expreses mal de nadie, menos de tu adversario”.
Las malas lenguas dicen que se retiró rico y que de inmediato invirtió en tierras y granos. Ni que decir del legado turístico que se convirtió en un gran negocio para Inglaterra su lugar de nacimiento y la reconstrucción original del teatro El Globo en Londres.
Así que el arte o la vida artística y los negocios no están peleados, la idea bohemia decimonónica del artista melancólico e incomprendido es un cliché de la literatura romántica que en la práctica puede no ser real. El SAT lo tiene muy claro, hay un régimen contemplado para artistas, compositores, escritores y otros artistas independientes.