Según lo reseñado por Eric Martin de Bloomberg el jueves 7 de septiembre, el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto da a conocer el viernes 8 de septiembre su propuesta presupuestaria para 2018 con un plan para fortalecer las finanzas públicas y tranquilizar a los inversionistas. Pero todo indica que se trata no sólo de la última propuesta presupuestaria de Peña Nieto, sino que ya se inscribe lo que se proponga dentro de la carrera por la sucesión presidencial. Incluso cabe la lectura de que será otro momento de lucimiento de José Antonio Meade para apuntalar su aspiración a la candidatura. Seguramente se tendrá como objetivo el de demostrar que, si bien existen hoyos negros hasta ahora irresolubles como los de la violencia y la inseguridad, no por ello la economía no puede ajustarse a su percepción ideológica de que todo va muy bien y que todo irá mejor si la tecnocracia en el poder sigue estando en el mismo en el próximo sexenio.
Como alivio para los tecnócratas –léase Meade y Videgaray, ahora en ese orden de jerarquía política-, en los últimos dos meses, tanto S&P Global Ratings como Fitch Ratings mejoraron su calificación sobre México de negativa a estable y mencionaron los esfuerzos del gobierno por manejar de modo equilibrado el monto de la deuda del país. Aunque tampoco hay que descartar que dichas calificadoras también votan a favor de que Meade llegue a la presidencia.
Ciertamente las calificadoras financieras mejoran los escenarios de su análisis prospectivo sobre México después de contemplar el probable desvanecimiento de la amenaza del presidente Trump de buscar una grave ruptura de la relación comercial de México con Estados Unidos. También observan con beneplácito que el peso pasó de ser la moneda de peor desempeño del mundo en materia cambiaria a transformarse en la apuesta monetaria más lucrativa, lo que alivió la presión sobre la deuda externa del país.
En ese sentido Alonso Cervera, economista jefe para América Latina de Credit Suisse Group AG, advirtió: “La amenaza de un descenso en la calificación sobre México ya no existe, de modo que eso debería proporcionar cierto alivio al gobierno y a los inversionistas, pero ese alivio no debe convertirse en complacencia por parte de las autoridades, y confío en que sean muy conscientes de ello”. Obviamente se trata de esas advertencias que rayan en la obviedad.
Si alguien va a estar al pendiente de que los equilibrios de las finanzas públicas sean guardados casi religiosamente, con el dogmatismo neoliberal que le es propio, será sin duda el propio José Antonio Meade que apuesta justamente a que su desempeño como gran vigilante de las finanzas públicas y privadas apuntalen su candidatura hacia el paso a la presidencia. Sin duda con el apoyo mayoritario de banqueros, financieros y grandes capitales monopólicos, pero lo cual no conlleva al apoyo de los votantes de las clases populares y trabajadoras que poco entienden de los macro equilibrios y mucho entienden de sus micro bolsillos.
Observa Eric Martin en porcentajes, México planea tener un déficit presupuestario de 2.5% del Producto Interno Bruto el próximo año, el último de la gestión de Peña Nieto. Es más que el 1.4% previsto para este año, pero habría sido de 2.9% sin una transferencia extraordinaria del Banco Central como consecuencia del derrumbe del peso en 2016. En 2014, la brecha fue de 4.6%, la mayor del siglo. El plan presupuestario de México implicará un recorte del gasto, pero menor que las reducciones propuestas para 2016 y 2017, según la Secretaría de Hacienda.
En un informe presupuestario preliminar para 2018, la Secretaría de Hacienda sugirió que se podría reducir el gasto programado unos 43 mil 800 millones de pesos, o sea un 0.2% del PIB, respecto del nivel aprobado para 2017. Eso puede compararse con una reducción de 1.5% en igual punto del presupuesto para este año y con un recorte de 1.3% para 2016.
Vale recordar que es el déficit presupuestario, más que el nivel de endeudamiento real, la métrica más importante para las autoridades del país, ya que es la que más pueden controlar. “El déficit es un ancla”, dijo Luis Madrazo, economista jefe de la Secretaría de Hacienda, en una entrevista del mes pasado.
Por lo pronto México también se encamina este año a tener su primer superávit primario -una medición que excluye los pagos de intereses sobre la deuda- desde 2008. El país apuntará a un superávit de aproximadamente 1 por ciento del PIB en 2018. El secretario de Hacienda, José Antonio Meade, ha dicho que no propondrá cambios en los impuestos del país. Luego de la mejora de las perspectivas crediticias, las autoridades mexicanas se ven presionadas a avanzar en el plano de la consolidación fiscal y a cumplir las promesas que hicieron este año.
Ahora bien, ciertamente nadie en su sano juicio podría oponerse a que las finanzas públicas sean cuidadas para evitar rupturas económicas mayores como la de 1994-95. En eso hasta los menos educados en materia económica estarán seguros de que no quisieran una economía recesiva. Pero el drama para este gobierno es que en la percepción social de la realidad económica, se contempla que el gasto público sigue teniendo los macro desvíos de la corrupción más insaciable de la que se tenga memoria de una clase política que ha hecho de la corrupción una parte substancial del sistema.
O sea que por un lado los tecno puritanos se vanaglorian de mantener la disciplina financiera y los recortes brutales de los presupuestos y los abismales recortes del gasto público interrumpiendo trabajos de infraestructura y servicios, pero por el otro lado se hacen de la vista gorda ante macro atracos gubernamentales, juegos de simulación en el combate a la pobreza y falta total de empatía con los perdedores en un país de desigualdad creciente.
Estando ahí una de las mayores contradicciones de la tecnocracia mexicana: tenemos la aplicación draconiana de las propuestas neoliberales del Consenso de Washington que supuestamente representaban la modernidad económica, coexistiendo con los arcaísmos de la corrupción sin límites que es una fundamental inhibidora de la inversión. Los tecnócratas son obsesivos recortando los gastos de la sociedad en general para mejor apuntalar los privilegios de los atracadores de cuello blanco de la oligarquía en el poder.
Por eso Meade no es creíble: se presenta como el representante de la pulcritud económica pero cada vez que se entera de un gran atraco en las esferas gubernamentales se voltea para mirar las nubes.