Estamos en los primeros pasos del Big Data como amo y señor de la civilización. Al parecer esto apenas comienza. El uso de los datos a gran escala para analizar gustos y tendencias para el mercado está en pañales pero va creciendo muy rápidamente. Y esto va de la mano con análisis de tendencias, gustos, costumbres, hábitos, recopilados por gobiernos con tendencias de espionaje a la población civil. Todo esto con Big Data.
Como el Dadaísmo con su tinte nihilista, el Dataísmo, también nihilista, se va alimentando a sí mismo y va creciendo de manera sostenida como la expansión del universo, lento y sostenido. Almacenando, jerarquizando y segmentando. Teniendo como base un amplio número de seguidores y creyentes que ven en su crecimiento las posibles respuestas a todas las preguntas existenciales.
Poco a poco va generando adeptos y rituales religiosos que lo convierten en un acto de fe, la fe basada en hiperdatos, donde existe la posibilidad de todas las respuestas posibles, incluso a preguntas no hechas.
Para que exista una religión se necesitan creyentes y el Dataísmo va creciendo sostenidamente sobre la base de un dogma, como todas las religiones. El ojo que todo lo ve en versión datos.
Los algoritmos siempre han existido incluso de manera análoga, son ecuaciones para resolución de problemas, lo que ha hecho el Big Data es complejizar y masificar los elementos que integran esa ecuación. Sobre todo en términos de comercialización.
Las grandes empresas y los grandes mercados los han usado y estimulado para entender comportamientos, gustos de usuarios para ofrecer productos y servicios a la medida de los clientes. Incluso sin que se enteren que los mismos clientes proveen la información necesaria para estimular sus gustos y cumplirlos de manera insaciable.
También la manipulación política e ideológica que influye en un electorado se ha puesto en marcha gracias al Big Data, como lo ha mostrado Cambridge Analítica a través del uso de datos de millones de usuarios de Facebook. Influyendo directamente con fake news en la resolución del Brexit y en las elecciones que llevaron a Trump a la presidencia.
Los teóricos del Dataísmo están en la academia, en la prensa, en la intelectualidad, escribiendo libros acerca de la sociedad del futuro y de los nuevos comportamientos y hábitos. Analizan, plantean tesis y teorías basados en información actual y proyectan sobre la base del crecimiento. Se han ocupado de teorizarlo, bautiazarlo y vaticinarlo. Autores como Yuval Noah Harari o Byung-Chui Han, también activistas como Aron Shuartz, el primer mártir de la religión Dataista y los líderes globales que celebran esta nueva religión como Bill Gates, Barack Obama, Marck Zuckerberg y los precursores de Google adictos al Dataísmo.
La aspiración es que el Dataísmo y la Inteligencia Artificial resuelvan todas las dudas y necesidades del ser humano del futuro, con todo y los riesgos que esto conlleva, con la experimentación y la autonomía artificial, incluso en contra del propio ser humano. Con el riesgo de implantar libre albedrío artificial en las máquinas, que en términos de industria militar puede ser caótico como lo alerta el creador de Tesla, Elon Musk. Y terminar haciendo realidad a Terminator.
El Dataísmo corre el riesgo de seguir ampliando la brecha social, quienes tengan acceso a grandes masas de información serán los nuevos ricos frente a quienes generan diariamente esa información.
Si el Dios Google ya dominaba, ahora empieza la verdadera batalla de la fe por los datos masificados, su administración y uso para fines prácticos como tomar decisiones genéticas, o de gustos, de consumo, de conexión entre ciudades para resolver problemas similares. Con todo y los riesgos y ventajas que permanentemente se presentan en cada salto civilizatorio a partir de la técnica y tecnología.
Dicen que si la revolución industrial creó una nueva clase social, la clase obrera, este cambio a partir del Dataísmo creará otra nueva clase social: la clase ociosa. Ya veremos, dijo un ciego.