Cuando se observa el comportamiento de Donald Trump da la impresión de que es un desquiciado que llegó al poder como ave de mal agüero. El mismo James Comey sostuvo en reunión de amigos que el presidente Trump está loco y los comentaristas políticos de CNN supone que esa fue una de las razones de Trump para correrlo.
De hecho se van acabando los calificativos para describir a Trump porque lo que se requiere son calificativos psiquiátricos de orden clínico para hablar de su conducta. En entregas anteriores lo he calificado de sociopsicópata porque ese es el concepto que construí para referirme a los terroristas de Estado. Y sin duda Trump lo es pero no por razones ideológicas sino como impulso primario de un ejercicio arcaico y narcisista del poder para resarcimiento de un ego enfermizo prepotente y vengativo reflejando en el fondo un miedo obsesivo al qué dirán.
Sus errores de juicio y de instrumentación política son tantos y tan frecuentes que parece estar apelando a que se junten los elementos para que el Congreso se tenga que plantear un juicio político en su contra para su impedimento de seguir gobernando. La única vez que ha dicho la verdad -siendo mentiroso compulsivo- es cuando sostuvo que había entendido que gobernar es mucho más difícil y complejo de los que había opinado de lo que había imaginado y debería extrañar si ya no ve lo duro sino lo tupido y nada desearía más que reducir su tiempo al ando de la Casa Blanca.
Aunque en el caso del despido de Comey -séptimo director del FBI en la historia de esa agencia- intervinieron otros factores. Trump, en franco abuso de poder, quiso deshacerse de Comey porque seguía investigando la posible conexión de los allegados de Trump con el gobierno de Vladimir Putin a través de sus agentes de inteligencia para sesgar la elección a favor de Trump. Sin darse cuenta el “presidente loco” que corriendo a Comey confirmaba la sospecha en su contra; de ese modo inusual y torpe daba más argumentos a la opinión pública y a los medios -que también lo odian y con razón. De que algo está ocultando.
Peor todavía, si bien el necio Donald había logrado más o menos llevar la fiesta en paz con los republicanos, sus torpezas son tantas y tan delicadas que muchos de sus legisladores, tanto representantes como senadores, ya no están seguros que Trump les sirva para mantener sus demarcaciones bajo su representación como resultado de las próximas elecciones intermedias. Ahora se les pide a esos republicanos que soliciten una comisión especial del Congreso o un fiscal especial independiente que investigue la posible conexión con Rusia para sesgar los comicios a favor de Trump. En el entendido de que si se encuentran esos nexos turbios será imposible impedir que se juzgue al presidente.
Además como agravante, la comisión de inteligencia del Senado ya pidió que se cite a Comey a declarar sobre las conexiones del círculo cercano de Trump con los rusos. Y cabe recordar que fue Comey el encargado de la investigación sobre los mails de Hillary Clinton y a él se debe en buen parte la derrota de la señora por andar de bocón. Lo cual nos dice que ahora muy probablemente despotricará contra Trump, porque efectivamente cree Comey que el presidente está loco, y porque lo odia por haberlo corrido en la peor de las formas posibles, sin avisarle de frente: Comey se enteró de su despido por la TV. De modo curioso el año pasado Trump alababa a Comey porque golpeó de modo contundente a Hillary Clinton en plena campaña electoral y justo antes de las elecciones, y ahora lo despiden por su exceso de celo en la investigación sobre la conexión rusa (ciertamente podemos que Comey merece el despido justamente porque ayudó a Trump a ganar la elección).
Sin duda, el pueblo estadounidense para restablecer la credibilidad perdida gracias a Trump y siendo la democracia más antigua del mundo, requiere de una investigación exhaustiva e imparcial sobre el alcance de la intromisión de Rusia con la elección presidencial de 2016 para favorecer a Donald Trump. Pero sería iluso pensar que esto se va a dar sin una gran pelea política entre los neofascistas de Trump y el resto de la sociedad norteamericana que cada día que pasa se siente más desconcertada por los desaguisados del mandatario en su inaudita estupidez. Casi se puede jurar que esta situación podría convertirse en uno de los mayores escándalos políticos en la historia del país. Incluso peor que Watergate por el factor externo del conflicto. Nixon perdió la presidencia por factores internos, pero Trump podría perderla por alta traición al haberse aliado con el enemigo más tradicional y poderoso de Estados Unidos.
No cabe duda, el señor Comey fue despedido porque estaba llevando una activa investigación de intromisión extranjera en los comicios presidenciales que podría derribar a un presidente. Hasta ahora, el escándalo ha envuelto: a Paul Manafort, uno de los directores de campaña del señor Trump; Roger Stone, hombre de confianza de Trump de toda la vida; Carter, uno de los primeros asesores de política exterior de la campaña; Michael Flynn, que se vio obligado a renunciar como asesor de seguridad nacional; y al fiscal general Jeff Sessions que también tuvo que irse.
Este es un momento tenso e incierto en la historia de Estados Unidos. Se reafirma, sin embargo, que el presidente de Estados Unidos no está por encima de la ley como cualquier otro ciudadano. Aunque por lo pronto se ha paralizado la capacidad del FBI para llevar a cabo una investigación sobre Trump y sus asociados. Además no hay garantía de que el reemplazo del señor Comey, que será elegido por el Sr. Trump, continuará con dicha investigación, de hecho hay ya indicios de lo contrario.
En lo que a México concierne, cabe establecer que debe registrarse que Trump es un gran mentiroso, por tanto nada confiable. Según los registros del New York Times, Trump siempre miente. Cuando siente que la alternativa es la de mentir o decir la verdad siempre prefiere elegir la mentira. Son decenas las mentiras de Trump registradas desde que asumió la presidencia. Pero la mentira proferida para justificar el despido de Comey ya quedó en la historia como la gota que parece haber derramado el vaso de la opinión pública, de los legisladores, de los medios tradicionales encabezados por el New York Times y por CNN, de las redes sociales y de la comunidad de inteligencia. Nunca un presidente de Estados Unidos había sumado tantos enemigos en tan poco tiempo dentro y fuera de su territorio; nunca un presidente de Estados Unidos había concentrado el odio universal de esa manera ¿Estaremos acaso ante el fin de la hegemonía del imperio?