El discurso de ayer de Donald Trump en Arizona fue delirante, demagógico y amenazante para nuestro país. Por ello, no podemos menos que revisar e interpretar los significados de dicho discurso en lo que respecta al desprecio evidente de Trump por el TLCAN. Digamos también que la negociación del TLCAN va a marcar el final de la administración del presidente Peña Nieto: si resulta una negociación fallida será sin duda interpretada como una pésima defensa de los intereses nacionales. Pero también, el resultado de esa negociación incidirá en los resultados de las elecciones presidenciales en México del año próximo. Si el electorado interpreta que no se negoció adecuadamente bajarán todavía más las intenciones de voto a favor de los priistas.
Ciertamente, los representantes del gobierno federal mexicano sostienen que lo dicho por Trump fue una simple estrategia de negociación. Cuando Trump insiste en que si la negociación del TLCAN en marcha no lo convence entonces abandonará y desaparecerá el tratado. Para Trump el TLCAN desde su origen ha sido “un desastre” porque permitió que México y Canadá abusaran de Estados Unidos robándole sus empleos y vendiéndole de más.
De paso, como parte de esa supuesta estrategia, Trump vuelve a sacar su obsesión por la construcción del muro fronterizo, además renueva su ofensiva contra nuestros connacionales e insiste en que somos un país de delincuentes. El supremacismo llevado a la máxima expresión de un mandatario racista. El cual no teme aparecer como tal, ante una base electoral de blancos racistas que lo siguen apoyando –un raquítico 30% del electorado-.
Por lo cual cabe reflexionar que no se trató nada más de una estrategia de negociación, sino de una seria intentona para reafirmar el supremacismo como ideología dominante en Estados Unidos, con su secuela de unilateralismo, desprecio del derecho internacional y desprecio de los aliados, socios, clientes y vecinos más cercanos de Estados Unidos.
Los discursos del máximo representante de la potencia hegemónica no son ni pueden ser simples actos de reacomodo de fuerzas ante la negociación de un tratado, sino son expresiones de una posición que se pretende de predominio ante fuerzas secundarias –Canadá y México- que se presumen subordinables.
Se equivoca el secretario de Relaciones Exteriores, Luis Videgaray, en su peculiar manera de interpretar lo dicho por Trump: no se trata simplemente de una estrategia de negociación sino de una estrategia de predominio imperial. Su amenaza de que podría ordenar que se abandone el tratado no debe simplemente desecharse por resultar irracional, porque Trump es capaz de actos irracionales bajo el amparo de su extrema arrogancia narcisista que se ve acompañada por su evidente ignorancia. Trump es un enemigo del TLCAN y su base electoral se identifica con el desprecio al acuerdo trilateral, al que adjudican la pérdida de 700,000 empleos.
Según la interpretación de Videgaray,el mandatario estadounidense negocia con una estrategia muy peculiar, pero esto no debe causar pánico en México. Promete el canciller que México seguirá negociando con claridad, con firmeza y con la cabeza fría. El problema es que no observamos esa claridad por falta de una agenda y de una estrategia. No se aprecia la firmeza cuando vemos que México y los mexicanos son vituperados sistemáticamente y nuestros representantes no reaccionan ante las agresiones evidentes.
Por su parte el secretario de Hacienda, José Antonio Meade, sostiene una posición muy similar a la de Videgaray: “Lo que está de por medio en la negociación es esa dinámica (de integración comercial) que ahí estamos viendo ya plasmada en una realidad concreta de una región que compite, y que compite con éxito porque México es parte de esa región. Y por lo tanto, habremos de conducir nuestra negociación con sobriedad, con temple, sin estridencias y con la certeza de lo mucho que México aporta al dinamismo de la región norteamericana”. Meade se manifiesta partidario de la integración del norte de América, pero incurre en un error de apreciación: no entiende que Trump es enemigo abierto de esa integración porque su postura es la de “Estados Unidos primero”. Por otro lado, tanto Meade como Videgaray incurren en el error de creer que lo dicho por Trump no es lo que verdaderamente piensa.
Lo que Videgaray y Meade no asumen es una realidad que incomoda tanto a Estados Unidos como a Canadá. La brecha salarial manufacturera entre Estados Unidos y México aumentó, en dos años, de 7.8 a 9 veces. Esto quiere decir que un trabajador mexicano gana nueve veces menos que uno estadounidense, señalan datos del Inegi. La industria manufacturera de Estados Unidos pagó a sus trabajadores 20.8 dólares por hora en junio de 2017, mientras que la mexicana desembolsó 2.3 dólares por hora. La retribución erogada este año en EU, de 20.8 dólares por hora, es el mejor nivel desde enero de 2015, pero en México ha sido lo contrario. En nuestro país se pagaron 2.5 dólares la hora en enero de 2015 y llegó a 2.9 dólares en diciembre de ese año, pero comenzó a contraerse hasta bajar a 2.3 dólares por hora en junio pasado.