Para cerrar el año con bombo y platillo se anunció el incremento al salario mínimo en México por parte de la Comisión encargada de gestionar los pagos mínimos a los trabajadores de este país. Los encabezados de los periódicos parecía se burlaban de sí mismos y de todos anunciando: “¡Sube el salario mínimo en México! … Cinco pesos”.
Y enseguida la justificación, si no controlamos poco a poco el incremento del salario mínimo se dispara la inflación y se corre el riesgo de salida de capitales y crisis. Así que mejor de poco a poquito, muy poco a poquito, aguanten, aguanten.
El tema de salarios tomó relevancia recientemente a partir de las discusiones y mesas de negociación del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica. Curiosamente los canadienses eran los que ponían el grito en el cielo por los escandalosos bajos salarios de los trabajadores en México. No sólo por cuestiones morales y de dignidad, sino porque también les afecta en dos sentidos, por un lado la abundante migración laboral que al estar acostumbrados al bajo salario emigran al norte con la misma premisa de ser la escala más baja a nivel salaria. Y aun así les va mucho mejor que en México.
El otro riesgo es que la mano de obra barata del mexicano favorece a las grandes empresas para traer sus maquiladoras que les permiten operar con costos muy bajos.
El salario mínimo en México por una jornada de ocho horas laborales llegó a los 88.36 pesos, mientras el equivalente en Estados Unidos está en 58 dólares por jornada, es decir 986 pesos mexicanos aproximadamente. Muchos argumentan que nadie gana un salario mínimo, y tienen razón, muchos ni siquiera llegan a un empleo establecido con sueldo o salario fijo.
La argumentación en el marco de las renegociaciones del TLC, sobre todo del representante de los trabajadores canadienses, era que el gobiernos mexicano mantenía bajos salarios de sus trabajadores como un mecanismo de control social y generador de miedo a partir de la incertidumbre permanente. Cosa que no parecía extraña y que no trascendió por ningún lado en la voz de los opinólogos de este país, que a su vez son controlados por grandes grupos de medios que a su vez obedecen a los mismos intereses de controlar a la opinión pública y al sistema financiero.
El salario del miedo es una película clásica de 1953 coproducida por Francia e Italia donde se lleva al extremo el recurso cinematográfico del suspense: una compañía petrolera tiene que llevar un cargamento de dinamita por un paisaje intrincado y tropical para seguir con la explotación en la zona. El recurso al estilo Hitchcock de la bomba debajo de la mesa, durante toda la película mantiene toda la atención del espectador de principio a fin al borde de la butaca. Algo así como el salario mínimo mexicano que mantiene la explosión social al límite, pero que parece no estalla jamás.