En el orden interno mexicano:

Culminó la campaña electoral con una cauda de más de 120 asesinatos políticos: anotemos que se trata de un fenómeno de anomia nunca contemplado en nuestra historia contemporánea. Esperemos que las próximas elecciones del domingo no registren momentos de extrema violencia. Se dice que la delincuencia organizada participó ya en las elecciones al asesinar actores y amedrentar a muchos otros bajo amenaza de muerte junto con sus familias. Lo cual nos dice que el país se encuentra en la crisis más profunda de la que se tenga memoria por su extensión, profundidad y dimensiones de ruptura de la cohesión del tejido social. Se contaron 31.4 millones de delitos en el 2016 por el INEGI, y la cifra negra nos habla de un nivel de impunidad del 94%. Y las cifras de la barbarie no sólo no tienden a disminuir sino que se estima por los especialistas que en el 2019 seguirán las tendencias al alza en toda la gama de delitos.

Los niveles de contubernio entre el crimen organizado y las autoridades alcanza una dimensión más que preocupante y las propuestas de los tres candidatos más fuertes –AMLO, Meade y Anaya- fueron insuficientes en materia de contención inmediata y pacificación de la evidente guerra civil larvada que se vive a lo largo y ancho del territorio nacional. Ciertamente con los focos de mayor intensidad por ahora en Tijuana, Guanajuato, Riviera Maya, Guerrero y Tamaulipas; pero con intensidad igualmente preocupante en el país en su conjunto con la sola excepción de Yucatán.

Entendemos que los candidatos no podían abrir las compuertas de la estrategia que se propondrán desarrollar en caso de gobernar por razones de seguridad -dada la violencia generalizada durante el proceso electoral-, pero queda la duda íntima de que muy probablemente no saben cuál será la solución de una ecuación de múltiples incógnitas y de innumerables variables en movimiento que desentrañar.

Por razones obvias los candidatos no podían reconocer las condiciones de Estado fallido que presenta México como República en extremas dificultades: pérdida de la integridad del territorio por los espacios de soberanía perdidos en manos del crimen organizado; infiltración de las instituciones gubernamentales en sus niveles municipal, estatal y federal; niveles de subordinación a los criminales en la procuración y administración de justicia; subordinación de amplios sectores sociales que son explotados por el pago de derechos de piso o extorsión masiva, secuestros, asaltos a manos armada por más de siete millones de casos en el 2016, lo cual implica que millones de criminales en el 2018 siguen delinquiendo sin mayores temores puesto que la criminalidad paga y no es perseguida.

De esa manera es claro que la seguridad nacional está bajo asedio y las definiciones de seguridad interior y de seguridad pública no parecen reflejar el estado de excepción al que hemos llegado. De suerte que sería ilusorio creer que las acciones de un solo hombre en el poder ejecutivo podrían convertirse en la resolución de la crisis.

Se requiere y se requerirá después de las elecciones que todos los sectores sociales vayan descubriendo de qué manera podrán ayudar al Presidente a encontrar la solución de los distintos enigmas que enfrentamos –la vieja consigna de John F. Kennedy de no preguntarse solamente que puede ofrecerte el país, sino que es lo que puedes ofrecerle a tu país-.

Los lineamientos de búsqueda colectiva podrían ser: la búsqueda urgente de la pacificación del país y la reconciliación entre los mexicanos; el combate contra la pobreza y la desigualdad sin simulaciones, a través de los debidos incrementos salariales y de la inclusión productiva y laboral; reconstrucción del Estado de derecho para abatir la corrupción y la impunidad; consolidación de la democracia y empoderamiento de la sociedad civil como forma de vida con libertades democráticas garantizadas, derechos humanos integrales, justicia expedita sin distinciones de clase u origen étnico; equilibrios igualitarios empezando por el género como ruptura del machismo de juegos de suma cero; y finalmente, búsqueda de una mejor inserción geopolítica, geoeconómica y geoestratégica en el mundo que neutralice la ofensiva en nuestra contra del presidente Trump en su condición de neofascista con severos reflejos de racista.

Según las encuestas más serias lo más probable es que gane AMLO la elección presidencial con un amplio margen. Por más que priistas, panistas y perredistas insisten en que podrían dar el brinco de última hora sin importar lo que dicen las encuestas. Sin embargo, podemos decir que las líneas estratégicas marcadas por AMLO responden a la realidad en términos más profundos a pesar de su peculiar manera de transmitir lo que piensa. Las dimensiones de la crisis sí implican esfuerzos de pacificación y de justicia transicional extraordinarios, al punto en que no es descabellado apelar a una revolución social pacífica para sacar al Estado de su condición disfuncional. Y pronto veremos que los temores del empresariado en su contra fueron infundados y que se trata de un actor político responsable y eficaz.

Por otro lado, todos contemplamos como el Frente en su oportunismo sin principios y el pretendido gobierno de coalición de Anaya resultaron más frágiles de lo que él y sus ideólogos pretendían. Porque panistas y perredistas distan mucho de poder llevar la fiesta en paz en niveles municipales, estatales y legislativos. Incluso varios perredistas están renunciando a su partido justo antes de la elección, por lo que consideran una traición de “los Chuchos” y de Alejandra Barrales al subordinarse al derechista de Anaya que arrastra consigo la vieja tradición fascistoide de El Yunque. Aparte de que Anaya resultó un personaje desagradable, muy mentiroso, con un pasado de posible corrupción que nunca llegó a aclarar, anticarismático y nadie olvida su condición de traidor a los panistas, empezando por Margarita Zavala.

Y Meade nunca llegó a neutralizar el desprestigio actual del PRI y de la administración de Peña Nieto, por más que su pasado como funcionario y sus estudios le permitían ser más articulado y coherente que sus adversarios. El drama quizás fue que no lograba comunicar con los sectores descontentos mayoritarios de la población, porque nadie que representara al priismo en lo que se considera, con razón, como un fracaso gubernamental sin parangón hubiera podido hacerlo. Se ve prácticamente imposible que Meade logre remontar los 20 o más puntos porcentuales que lo separan de AMLO en las encuestas, pero es probable que logre arrancarle a Anaya el segundo lugar en los resultados.

El caso es que Meade fue una mala apuesta y seguramente Peña Nieto se arrepiente de haber caído en la trampa de Luis Videgaray, quien no contento con no ser el candidato le propuso a Peña la locura de designar a un no priista para contrarrestar la acusación de corrupción. Incluso no faltaron los priistas que empezaron a sostener que Meade era un mercenario sin filiación partidaria y que era más panista que priista. Además los priistas cayeron en la contradicción de obligar a Meade a convivir con lo más impresentable del priismo para demostrar que sí estaba con el partido: justo cuando la consigna contra la corrupción se volvió viral y aparecer con los viejos priistas sindicales y campesinos no era lo más adecuado para sus propios propósitos.

Cabe añadir en el análisis de la apenas finiquitada campaña electoral, que se distinguió por su bajo nivel político e intelectual. Los aspirantes a la presidencia hicieron de la guerra sucia su principal arsenal de participación en la campaña. Las acusaciones de corrupción fundadas e infundadas marcaron los debates y el electorado de México se quedó a la espera de saber con mayor precisión que era lo que distinguía a los aspirantes a la presidencia sobre la manera en que piensan sacar del hoyo negro en que se encuentra México. Para empezar fue notorio el esfuerzo para no esgrimir los modos en los que se piensa realmente acotar la violencia que sin duda es el problema de mayor urgencia en la agenda nacional.

Sociólogo Mario Núñez Mariel

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